2 feb 2012

La estrella Sirio, la cosmogonía tuareg y el Teide

Foto: Daniel López
Como hemos comprobado, muchas son las culturas del mundo que han quedado suspendidas de la intensa luminosidad que emite la estrella Sirio, de tal modo que, siendo el astro más refulgente en la noche, ha despertado toda clase de inquietudes; llegando incluso a llamarse «Sol de la noche». Pero es su faceta maléfica la que más ha despertado temor en el pasado. 


Así, durante la antigüedad clásica tanto griegos como romanos le atribuyeron connotaciones «malignas» debido a su eventual influencia perniciosa sobre personas y cosechas, y de ahí el carácter peyorativo que engendró. Es más, por ejemplo, en dichas civilizaciones se llegó a vaticinar que, tras el orto helíaco del astro -producido en torno al período estival-, se producía la llegada de los días más calurosos del año; cuestión por la que, verbi gracia, los romanos designaron a la estrella con el nombre despectivo ‛el perro’, formando parte de la constelación que nombraron como la canícula; y de dónde proviene asimismo el actual adagio «cuando cae la canícula», señalando los días más calurosos del año. 

Esa característica malévola atribuida a la estrella parece ser que estuvo bastante extendida. Así, dentro de las comunidades amazigh del Norte de África, es curioso que la estrella compartiera dicho atributo. A priori, digamos que casualmente, varias comunidades de la órbita tuareg la definieron –de hecho hoy lo siguen haciendo- con el mismo equivalente que los antiguos romanos lo hicieron, esto es llamándola ‛el perro’, formando parte de una cosmovisión del campo celeste similar o, quizás -por lo menos en este aspecto-, muy cercana a aquella. 

Para tales menesteres, los tuareg la denominan del siguiente modo: idi y también, como apunta Foucault, eydi (ΣVΣ); en género femenino tidi y šidit. Además, cabe añadir la utilización de esta misma palabra para identificar otras estrellas del firmamento, como: iḍan ‛los perros’ Sirio (Alfa Canis Majoiris) y Procyon (Alfa Canis Minoris), esta última la estrella más brillante de la constelación Can Minor; como asimismo la palabra idi para señalar a la estrella Polux, la más brillante de la constelación Géminis


En paralelo a lo mencionado para el caso tuareg, en Canarias existe al menos una posible vinculación con el periclitado término astronómico, nos referimos al nombre que recibe la elevación más alta del archipiélago y, por ende, una de las más preponderantes de todo el Norte de África: El Teide. Obsérvese sobre este asunto dos aspectos particulares de su etimología: uno de ellos ya ha sido puesto de relieve, con la plausible conexión entre el topónimo El Teide y el término ydi, en su versión femenina te-ydi-t, con el significado `la perra´ (I. Reyes García, 2011: 410), para, de este modo, destacar el carácter maléfico que acumulaba el volcán para los guanches, según trasmiten las crónicas medievales –y postmedievales-; en cambio, el otro aspecto aún no ha sido auscultado: nos referimos a su otra posible impronta etimológica, que tendría que ver, volvamos a recordar, con su identificación con la estrella más brillante del cielo, la periclitada «estrella canicular». 

A este respecto, conviene tener presente los objetos de culto de los antiguos habitantes del archipiélago. Como señalan las crónicas y otros relatos antiguos, ciertos cuerpos celestes, entre estos, el Sol, la Luna, y, también, algunas estrellas (no anotadas) del firmamento formaron parte esencial de su antigua cosmogonía religiosa; pero también, como asimismo apuntan algunos datos arqueoastronómicos, algunos puntos del territorio, entre ellos los más sobresalientes, cumplieron un papel fundamental en esta actividad; ya como lugares donde se procedía al ritual, ya, en su conjunción, como coordenadas de una presumible alineación astronómica. Todos estos detalles no dejan de ser llamativos. 

En este sentido, el semblante de El Teide, otrora cubierto de nieves durante buena parte de todo el ciclo estacional, aparenta cumplir estas dos variables: recordemos, un punto sobrelevado de la isla –el más-, quizás un Axis Mundi como ya se ha puesto de relieve; y por otra parte, añadamos asimismo, una prominencia que, envuelta de nieves perpetuas, es el punto más resplandeciente, por esto mismo, en muchas de las Islas Canarias; y tanto de día como de noche.

Autor: Marcos Reyes Díaz (Licenciado en Historia)

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